El
obispo Goic planteó que un sueldo (mínimo) ético tendría que
bordear los $400.000. No quisiera negar la verdad de esta afirmación,
puesto que no conozco el modo en el que el prelado llegó a ese
número. Tampoco voy a negar la oportunidad en que lo hace, puesto
que la Iglesia necesita hacer ver mejor la riqueza de su doctrina en
lo que a orden económico se refiere. Lo que voy a hacer, más bien,
es plantear algunos criterios intuitivos que, pienso, debería tener
como presupuestos, el número que se plantee como mínimo ético.
En
primer lugar, el costo de la vida varía en cada ciudad. No cuesta lo
mismo la vida en Santiago, que en una comuna secundaria de una región
secundaria (no se me ocurren ejemplos, pero sirva esta omisión para
mostrar la “secundariedad” de aquél lugar abstracto en el que
estoy pensando). Como el mínimo ético debe relacionarse con el
coste de la vida, no puede ser, por tanto, el mismo en Santiago que
en ese otro lugar indeterminado en el que estoy pensando.
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Foto: emol.com |
En
segundo lugar, las características propias de la vida en tal o cual
lugar harán que la calidad de vida sea mejor o peor, y ello no tiene
que ver, en lo fundamental, con el ingreso sino con la dinámica de
la ciudad. Pienso que la calidad de vida en Santiago es mucho peor
que la calidad de vida que llevo yo (que vivo en un sector rural de
Casablanca). Pienso que los trabajadores de mi suegro, que trabajan
en el campo, ostentan una calidad de vida muy superior a la de un
santiaguino que gana lo mismo. Luego, en estricto rigor, el costo
total de la vida no se puede reducir a la variable económica, o al
menos, ésta debería incluir esos factores. Probablemente un
trabajador santiaguino que gana numéricamente lo mismo que los
trabajadores de mi suegro, necesita un sueldo mucho mayor, quizás
por un trabajo similar, puesto que debe compensar lo que le falta de
calidad de vida por otras cosas.
En
tercer lugar, pareciera que la lejanía de servicios básicos y
no-tan-básicos también debe ser compensada. Para alguien que vive
muy cerca de estos servicios la vida es menos difícil que para aquél
que los tiene lejos.
Esos,
entre otros criterios, se me ocurren como intuitivos, para evaluar
con una mediana seriedad el número que planteó el obispo Goic.
Alguien
me podría responder que es el mercado el que debe regular estos
aspectos, puesto que, quien gana lo mismo en santiago que los
trabajadores de mi suegro pero que, por vivir en santiago tiene una
peor calidad de vida, podría perfectamente optar por cambiar de
residencia y mejorar su calidad de vida. Por otra parte, el hecho de
vivir lejos de los centros se compensa con una baja en el costo de la
residencia y, en general, con la posibilidad de, con el mismo costo
que de una vivienda central, tener una de mayor tamaño.
La
respuesta que se me ocurre es la siguiente: si el mercado regula
estos aspectos, ¿por qué entonces regular el sueldo mínimo? No veo
por qué estos aspectos, que en último término dicen relación con
este mínimo que, en el fondo, se plantea -imperfectamente- como un
mínimo de tipo ético, no deberían entenderse como incluidos en
esta regulación, puesto que influyen en la razonabilidad del número
que se proponga como mínimo. El punto es: o todo lo que influye en
ese mínimo ético se regula, o nada. Al menos si consideramos y
queremos que ese número no sea arbitrario.
Por
otra parte, el mercado no siempre es un buen regulador, y a veces la
realidad escapa de las leyes económicas. No puedo argumentar este
punto ahora.
Finalmente,
no se ha pensado en quien tiene que pagar ese sueldo ético. Doy por
descontado que Paulmann, Luksic y cia. pueden pagarlos, pero no creo
que, por ejemplo, mi suegro pueda hacerlo (o quizás sí; desconozco
cuánto ganan). Quizás algunas empresas competitivas de Santiago
puedan hacerlo, pero dudo que algunas empresas de regiones y en
especial de esos pueblos “secundarios”, como les llamé, puedan
hacerlo. Dudo que una empresa pequeña y de barrio pueda, por
ejemplo, contratar más personal.
El
tema es complejo. No descarto que el obispo Goic lo haya reflexionado
en profundidad, pero tampoco voy a negar que lo dudo. Y lo dudo por
el siguiente motivo: me parece muy sospechoso proponer un número
universal para una realidad con gran cantidad de matices.