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domingo, 18 de octubre de 2015

¿Contra los intelectuales? A propósito del "Walker vs. Engel"


Es un lugar común suficientemente establecido en ciertos círculos sociales (no, claramente, en los académicos) la denostación del intelectual y de su rol. El ejemplo más reciente es el del senador Walker, quien critica las observaciones del presidente de la comisión de Probidad (en relación al rol del poder legislativo sobre ciertos cambios sugeridos en el patrón electoral) por ser demasiado intelectuales (la noticia completa aquí). A modo de ilustración, una de sus frases:
Estoy cansado de los Catones de la moral, de aquellas personas que pontifican desde el pizarrón. La política es algo demasiado serio para dejársela a los intelectuales que desconocen la historia de Chile”.
La desconfianza a los intelectuales es transversal al espectro político. Se tiende a pensar que la izquierda valora más a sus intelectuales, pero me parece que quienes hacen política de izquierda, sólo se diferencian de los otros en leer unos libros más, mas no tienen una vocación de profundizar en ciertas problemáticas que pudieran iluminar su quehacer político. No veo ningún atisbo de “intelectualidad” ni en los parlamentarios del PC ni en la “bancada joven”. La derecha, por su parte, está mucho más alejada del ámbito intelectual que la izquierda, y la diferencia “libros más libros menos” en comparación con los representantes del otro lado del espectro político es notoria. Y en último término, diría que la “cabeza” del parlamentario de derecha tiende a estar, comparativamente, mucho menos formada que la de los demás.
La desconfianza a los intelectuales es transversal a la sociedad. En lo relativo a la educación, por ejemplo, por mucha evidencia que haya en contra de la estandarización positivista (y en contra del positivismo) el sistema educativo chileno sigue guiándose por estas directrices. Las empresas muy de a poco están dejando de lado el paradigma cuantitativo de las utilidades y casi ninguna se ha tomado en serio la dimensión ética de su quehacer.
El problema con todos estos casos (y el problema con el senador Walker y sus palabras que develan ignorancia, por mucho que – contradictoriamente – haya insistido en su campaña que era cientista político, e. d. un intelectual) es que no es posible dispensarse de lo intelectual. Cuando uno hace política (o educación, o empresa, o lo que sea) uno la hace en virtud de ciertas categorías. No necesariamente deben ser conscientes. Uno actúa en un ámbito en razón de ciertos principios, normas, conocimientos más o menos explícitos, ciertos know-how que condicionan la acción. Luego, no es posible disociar este conocimiento (intelectual) de la praxis porque la praxis supone estas categorías. Que sean conscientes o explicitas es otro tema.
No sólo las categorías propias del ámbito de acción que se trata están operando en toda praxis de ese ámbito. También una serie de categorías éticas generales que condicionan el valor moral de las acciones en cuestión. Ocurre lo mismo que en el caso anterior: que yo no sea consciente de los paradigmas morales, de los valores o de los principios que guían mi acción, es un tema distinto. Uno actúa de hecho en razón de ciertas normas, principios y valores.
He ahí – en este último caso – la importancia de la filosofía moral: identificar los distintos paradigmas posibles de acción y someterlos a crítica. Esos paradigmas de acción son los que de hecho operan en el sujeto moral. Por mucho que a éste le importe bien poco la reflexión moral, él actúa a través de una serie de principios que pueden ser descubiertos y puestos a la luz por una reflexión sobre el fenómeno moral. Luego, no puede dispensarse de ésta aduciendo una preocupación por lo práctico, porque inevitablemente el éxito o fracaso de su empresa estará necesariamente condicionado por el modo en que este sujeto integra sus diversas acciones en coherencia con un paradigma moral. Esto puede ser estudiado, reflexionado y es precisamente el rol de los intelectuales. Hacerse el tonto respecto de esto es ser ignorante pura y simplemente.
Ahora bien, que los intelectuales puedan explicar las categorías por las que los sujetos prácticos realizan su quehacer, no significa que estén mejor capacitados para hacer su trabajo (al contrario de lo que creía Platón respecto de su rey-filósofo). El ejercicio práctico de cualquier actividad supone un cierto conocimiento práctico, un cierto know-how que el intelectual puede perfectamente distinguir e identificar, mas no necesariamente integrar a la acción. Esa es la pega de las personas como el senador Walker.
Tan ridículo como negar el rol del intelectual, sería la negación de parte del intelectual, del rol del hombre práctico. Las críticas del mundo intelectual no van hacia la importancia del hombre práctico, sino su pretendida autosuficiencia. Pretender que la pura praxis basta, es el error que aquí he querido mostrar.

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